5 de abril de 2011

LEER JUNTOS TODOS LOS DÍAS

Por Natalia Porta López
Coordinadora Regional del Plan Nacional para el Litoral

Los niños no aprenden solos sino en relación con los adultos que tienen alrededor. Y, como repetía la Maestra Berta Braslavsky, se precisa la intervención docente para achicar la desventaja  de aquellos que no tienen  la fortuna de crecer en el seno de familias donde es natural y cotidiano el uso de una oralidad enriquecida y de la lengua escrita. 

Por eso es tan importante leer en el aula, generosa y persistentemente, en algún momento de cada jornada, tal como lo propone el Plan Nacional de Lectura desde 2008 , convirtiendo en política de estado una propuesta del escritor Mempo Giardinelli en su libro de 2005 titulado Volver a Leer.

La lectura compartida cotidiana es la primera de las intervenciones esenciales del docente. Leer algo de calidad, interesante, que no demande más de unos minutos, seleccionado amorosamente para poner en común en la primera hora de la jornada, variado en términos de tipos textuales y  progresivo en su nivel de dificultad; escogido pensando en un recorrido lector a largo plazo que el mismo grupo de estudiantes irá construyendo durante toda la vida escolar.

La segunda es habilitar la conversación sobre lo leído, sin pretensiones, la misma que sostenemos sobre la película o la música compartida, en la que prima el respeto por el gusto y la interpretación de cada quien. O el silencio que en ocasiones produce aquello que conmueve. El diálogo significativo y la escucha respetuosa son intercambios que apuntan a recuperar la hermosa costumbre de hablar sobre libros, puntada inicial de todas las redes de socialización que sostienen la práctica de los lectores.

Y después sí, empezar con la clase del día.

En muchas aulas argentinas, con el impulso y acompañamiento del Plan Nacional y de los Equipos de los Planes Provinciales, esto ya sucede. En cada una la idea va adoptando diferentes formas organizativas. Pero en todos los casos se trata de leer por placer; entendido éste no como desescolarización (muy al contrario se habilitan más tiempos para la lectura en la escuela que no reemplazan a los de la didáctica de la literatura). Tampoco se trata del placer concebido como entretenimiento fácil, sino como lo describe el escritor Noé Jitrik:  una “epifanía, al comprender que se está leyendo, que se lo puede hacer, que se es capaz” de ese esfuerzo, de ese pensamiento complejo y revolucionario.

En las escuelas donde ya iniciaron la experiencia los estudiantes de todas las edades la disfrutan y están creciendo como lectores. En la secundaria, nivel donde resulta  más complejo concretarla, está revelándose sumamente valiosa como

·       - puerta de entrada a la lectura de diferentes tipos de textos
·       - ejercicio cotidiano de la escucha y el pensamiento crítico
      - forma de predisponer a una clase distendida
·       - camino hacia una relación distinta entre docentes y estudiantes , basada en un imaginario compartido
·       - aporte a la formación de una identidad colectiva, una “textoteca” grupal
·       - modo de acceso a conocimiento s e informaciones

·       y, claro, también como estímulo del deseo de seguir leyendo.


Directivos y docentes de todas las áreas, en la tarea de buscar libros interesantes para compartir con los estudiantes, se recuperan a sí mismos como lectores.  El personal no docente (porteros, gente que atiende el kiosco escolar, administrativos) también participa de las lecturas y  ocasionalmente se invita a familiares, vecinos o escritores.

La práctica, lejos de cristalizarse, toma formas personales e inesperadas, estimula la curiosidad  de los docentes por los supuestos que la sustentan e incluso por discutirlos, y genera una demanda de conocer más y mejor literatura  para crear ocasiones de lectura genuinas, llenas de sentido. 

Porque hay permiso, no obligación, de leer un rato juntos cada día.

Y si la jornada empieza en el colegio con un primer capítulo de Dickens que vamos a seguir leyendo juntos mañana, o  llegamos al jardín y nos reciben con un poema de Laura Devetach  donde las hormigas rítmicamente “van, van, van”…el día comienza mucho mejor. Y hacia el fin de la semana es probable que hayamos conocido a cinco autores o cinco obras de algún escritor o de cierto género.

Es que en cuanto se pone en acto la preocupación declamada  y la  buena intención de leer, entonces la “animación” ya casi no se necesita, los mismos  estudiantes reclaman ese tiempo de lectura.

¿Por qué no incluir esta propuesta en tu escuela o tu biblioteca escolar? ¿Y por qué sí hacerlo?

Es enorme cantidad de funciones que estamos pidiendo que cumpla la lectura:  que sea lugar de encuentro entre generaciones, que restañe las groseras diferencias entre unos y otros en nuestras sociedades poco equitativas, que  construya ciudadanía crítica y responsable, que mejore los modos de expresión de nuestros niños y jóvenes, que potencie su creatividad, que despierte conciencias, que dé acceso a saberes sobre otros mundos, otros tiempos, otras disciplinas. Y sí, a todo eso contribuye la lectura.

Pero quienes nos identificamos en la vida más como lectores que cualquier otra cosa sabemos que no leemos por ninguna de esas razones razonables. Leemos para ser más nosotros mismos, para encontrar las palabras que nos explican, leemos egoístamente y por el mero gozo de hacerlo. De forma compulsiva, adictiva y voraz. Y si hacemos fomento de lectura, ésa es la clase de pares que deseamos  formar. Acaso para estar menos solos. 

Por añadidura a esos lectores nuevos les vendrán otras bondades:  tomarán la delantera en la conquista de un mundo virtual que se hace y se comprende leyendo y escribiendo, tendrán mejores recursos cuando la vida los requiera resilientes, sabrán exigir con mejores argumentos a las autoridades y podrán elegir participar o no en la vida cívica.

Pero algunos, además, serán futuros visitantes de Comala y Mompracem, usuarios maravillados de laberintos y rayuelas, quizás deambularán por París con Jean Valjean, se asombrarán con las brevedades de Lichtemberg  y tendrán paciencia a los humores de Ema Bovary, capaces de ejercer y no esperar que les concedan el derecho de soñar.

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