El mundo
se divide entre quienes leen y no leen (ficción).
Por Sandra
Comino.
“En todas
partes ocurre lo mismo, pero esto no ha de ser motivo para sentir angustia ni
tristeza. Si no hay nada de común entre usted y los hombres, procure vivir
cerca de las cosas. Ellas no le abandonarán. Aun hay noches y vientos que van
por entre los árboles y por encima de muchas tierras. Aun, en cosas y animales,
está todo lleno de acaeceres que usted puede compartir. Y también los niños
siguen siendo todavía como usted fue de niño: tan tristes y tan felices. En
cuanto usted piense en su propia infancia, volverá a vivir entre ellos, entre
los niños solitarios. Y entonces las personas mayores ya no significarán nada,
ni tendrá valor alguno toda su dignidad”. (Rilke, Cartas a un joven poeta)
Siempre
que empiezo a pensar en un tema para un trabajo de reflexión se me aparecen
cuentos. Será por eso de los azares objetivos que dice Breton y, que yo
agnóstica y todo, tomo del universo para seguir un hilo narrativo y explicarme
cosas. Los niños siguen siendo tristes y felices aunque hagamos todo para
taparle la tristeza. Aún con la banalización de la vida y, en estos tiempos, también de la
literatura. En el mundo, en el mundo que yo quiero vivir el adulto es el
responsable de la infancia. Y eso ya lo dijo hace veinte años Graciela Montes a
quien siempre vuelvo, pero todavía no lo entendimos bien.
Adultos…
adultos que acusáis a los niños sin razón…
Adultos
que se quejan que los chicos no leen pero si les preguntamos qué están leyendo
titubean o dicen no tener tiempo. Como si el tiempo para leer fuese
escaso…diría Pennac nadie se pone a pensar si tiene tiempo para amar…
Bueno,
el cuento que se me cruzó fue el de La bella durmiente. El de Grimm se llama
Zarzarrosa y está escrito en 1812. Pero el que se me cruzó a mí fue el de
Perrault. Que se llama La bella durmiente del bosque, escrito en 1697, con
moraleja para las jóvenes cortesanas.
Dice
Perrault en su versión que 7 hadas madrinas fueron invitadas al bautizo de la
niña tan esperada por el rey y la reina. Y que tan contento estaba el rey que
mandó a hacer cubiertos de oro para las hadas adornados con diamantes y rubíes.
(En la versión de los Grimm eran platos de oro y las hadas 12; 13 con la
excluida que armó todo el lío) En la versión de Perrault (dijimos eran 7), la
octava excluida era vieja y como llevaba más de cincuenta años sin salir de su
torre la olvidaron y cuando le tocó el turno de dar dones le predijo la muerte
a la niña debido a una pinchadura en su dedo. Una mujer que maldice por no
tener un cubierto de oro. Y un rey que solo manda a hacer lo justo y necesario,
rey tacaño si los hay. Por suerte, estamos en un cuento y una joven hada que
sospechó de la maldad de la vieja se quedó atrás de las cortinas a escuchar y
cuando le tocó a ella suavizó el hechizo. Y reemplazó la muerte por un sueño
largo de cien años que terminaría cuando el hijo de un rey llegara a
despertarla con un beso. El rey de todos modos, prohibió “a todo el mundo hilar
y tener husos, tornos y devanaderas en sus casas, bajo pena de muerte
inmediata”. Pero olvidó revisar una de sus torres que es hasta donde llegó la
joven cuando cumplió quince años y sus padres, justo ese día, la dejaron sola.
Todos
sabemos hasta acá. Lo que nos cuenta Perrault es que el hijo del rey llega,
cien años después. Se enamora. La despierta (porque se enamora de ella dormida).
Y tiene amoríos con ella durante dos años a espaldas de su madre que sospechaba
que en algo raro andaba su hijo. En dos años tuvieron dos hijos y al parecer el
príncipe le oculta ese pequeño detalle a su madre (que tiene dos hijos) porque sabe
que ella proviene de una raza de ogros.
Y el rey, el padre del príncipe, se había casado con ella por el dinero.
Así… era evidente para muchos, que cuando la reina pasaba cerca de niños debía
contenerse para no comerlos. Aun así, el príncipe que protegió de su madre a su
bella durmiente hasta que nacieron sus hijos, la llevó a vivir al palacio, nada
más y nada menos, que cuando él se tuvo que ir a la guerra. La reina, de
inmediato, mandó a su nuera y a sus hijos, Aurora y Día, a una casa de campo y para
luego ir ella. Al llegar lo primero que le dijo al mayordomo fue:
-
Quiero comer de
almuerzo a la pequeña Aurora… -después agregó-, y con salsa de cebolla.
Por
supuesto, el mayordomo que algo en común debía tener con el de la madrastra de
Blancanieves… le dio cordero. Y la reina al poco tiempo quiso comer al niño. Y
luego, como era de esperar… a la madre.
“La
joven reina –dice Perrault -, tenía veinte años, sin tener en cuenta los cien
que había dormido, su piel era un poco dura, aunque hermosa y blanca… ¿Cómo
encontrar en los establos un animal tan duro?
(Les
juro que eso dice el cuento).
Y
le dio una cierva joven. Con lo cual para Perrault, abogado de la corte y todo,
la cierva era más dura que el ciervo.
Cuando
la reina se dio cuenta que no se había comido a su nuera y a sus nietos mandó
llenar una cuba de sapos y culebras para tirarlos. Pero parece que llegó el
príncipe, que para algo ya era rey, y
venía de la guerra y salvó a su familia. La reina ogresa de rabia se tiró de
cabeza a la cuba y se la comieron las bestias. El cuento termina diciendo que
el rey se puso triste porque después de todo era su madre y que se consoló con
su mujer y sus hijos.
Mi
traducción de la moraleja dice algo así como que no hay que casarse con el
primero que se nos cruza y nada se pierde con esperar. Se refiere a la espera
para ser feliz. Pero si quieren después se las leo.
Leer y escribir para entender el mundo.
Soy
grafómana literaria y mental como dijo una vez Monsiváis. No puedo evitar
mientras estoy hablando con usted estar
redactando verbalmente de una mejor manera lo que estoy diciendo (cito
textual).
Escribo
desde la necesidad más íntima y desde el territorio de la infancia. Pero no le
hablo solo a la infancia. Mi idea de receptor no excluye al adulto porque
intento escribir literatura.
Escribo desde que lo
recuerdo y absolutamente todo, todo el tiempo. Escribo para vivir y porque si no escribo me
muero. Escribo para explicarme las cosas. Escribo cuando estoy triste y cuando
estoy contenta. Protesto escribiendo y me arriesgaría a decir que escribo con
el pensamiento. A veces tengo la sensación de escribir dormida. La escritura es
mi territorio, me atraviesa, me recorre y me envuelve. La escritura es una
manera de ser para mí, no solo porque me oxigena, sino porque me da de comer,
tanto la ficción como la escritura periodística, de ensayo, de opinión. Pero cuando
escribo ficción es como si tuviera alas. Y, a veces, me siento como poseída. La
escritura es para mí vida, placer, trabajo, oficio y sustento. Pienso que hasta
en ese orden. Pero empecé a publicar en el 97 y desde ese año se me considera
“escritora”. Creo que lo soy desde que empecé a escribir. Pero por sobre todo
desde que empecé a leer. Recuerdo cada cuento de la colección Sigmar Mosaico
infantil donde La bella durmiente no tenía suegra… y a Caperucita la rescataba
el lobo. Pero también recuerdo las novelas de las Brontë, de Alcott, Dickens,
Dumas, Twain. Y a Lucio Mansilla,
Berdiales, Rodolfo Otero, María Granata y Marta Giménez Pastor. Tenía en mi
entorno adultos que no eran muy lectores pero me regalaban libros. Adultos que
después de retarme y decirme qué poco me duraba una novela me buscaban alguna
parecida porque sabían que si me había gustado “esa”, “esta otra” también me
iba a gustar. Y ese recorrido lector que en mi caso –ya lo conté muchas veces-,
fue construido por una librera donde yo iba a comprarme todas las semanas una
novela de la colección Robin Hood, me formó el gusto literario. En ese tiempo,
donde todavía ni tenía 10 años, el último estante de la librería donde yo me
agachaba y me quedaba revisando las tapas y leyendo los comienzos, era mi
mundo… un mundo de clásicos universales, pero un mundo cuya diversidad aun hoy
me saca de situaciones donde creo desfallecer. Ese recorrido lector que me
señaló la librera que no recuerdo su nombre, a su vez era el recorrido lector
de un editor que había decidido que esos títulos fueran editados para jóvenes.
En este sentido, había un adulto que decía qué leer. O por lo menos ofrecer
algo que él (me refiero al adulto en general) ya había leído o al menos sabía
de qué se trataba.
La colección Mosaico infantil reunía Clásicos
europeos y existía desde la década del 40.
Estas lecturas de infancia que circulaban por
fuera de la escuela no sé si se consideraba literatura infantil. Para chicos
seguro porque apelaban a un claro receptor desde su diseño. Pero nadie hablaba
de LIJ en esos tiempos. Sin embargo, los escritores de mi generación para atrás
nos formamos con este tipo de lecturas de infancia. Cada persona tiene un
acervo de lecturas que tienen que ver con una época, con un contexto histórico,
político y social.
Con esto quiero decir que estamos en un momento
privilegiado en cuando al auge del género, sin descartar lo que no está editado
deliberadamente para chicos. Ahora solo hay que empezar a nadar en el mar de
letras que nos ofrece el mercado. Y revisar qué le damos de leer a nuestros
chicos. Y cuando digo esto no lo digo desde lo ideológico sino desde lo literario.
Recuerdo
mi niñez leyendo y escribiendo. Y escribiendo después de leer, como si la
lectura me desbordara la imaginación. Escribía en papeles, cartones… los de la
yerba y también los de las medias que tenía una parte rugosa y otra lisa. En la
parte rugosa la tinta se engrosaba y en la lisa resbalaba. Esa sensación de la
tinta en cartones, puedo darme cuenta desde la mirada adulta, era un placer
idéntico al que siento hoy cuando escribo en cuadernitos y ¿por qué no? en la
pantalla cuando paso horas de mi vida en una novela. Yo era escritora en la
infancia. La escritura me ayudaba a soportar la vida. A soportar los lugares
donde me llevaban y no quería estar. A sobrevivir al mundo adulto. Y yo pedía
papel. Y si no había… escribía en la parte de atrás de facturas o afiches. Y si
no me daban papel buscaba donde estuviera, libros aunque sea de recetas. Y los
adultos siempre explicando aquella necesidad que yo no podía controlar.
Tengo un
recuerdo -que me afloró mientras escribía esta reflexión-, de la voz de mi
padrino que venía a lavarse las manos a la bomba… y yo estaba sentada en un
sillón en su jardín entre la bomba y las hortensias… bajo una parra… y él diciendo:
- Vas a gastar todos los papeles y los libros del mundo.
Y usó la
palabra “gastar”. Vivimos en un mundo donde los grandes usamos las palabras
desde el punto de vista del consumo.
Creo que
no le hice demasiado caso a ese comentario porque había terminado de leer
Mujercitas de Louise Alcott, tendría unos 8 años, y escribía compulsivamente una
novela cuyas protagonistas eran cuatro hermanas. Y buscaba en el mapa dónde
ubicarlas que no fuera en el sur de EEUU para que no pensaran que hacía plagio,
y los personajes que venían a mí sin que pudiera ni siquiera pensarlos.
Cuando era
niña yo escribía cosas de grandes. Tal vez desde esa niña escribo o desde esa
visión que pasó su infancia queriendo ser grande para ser comprendida. Para
llegar a la adultez y entender que es muy difícil ser comprendido y de grande
es peor.
En esa
incomprensión, en ese esfuerzo por entender el mundo anidó la escritura pero
sobre todo la base fue la lectura. En esa lectura encontraba yo la explicación
a la incoherencia de los comportamientos de los adultos tan parecidos a los de
los cuentos. Y el triunfo tranquilizador del bien y el castigo al mal tan
necesario aunque sea en los libros. Claro que Perrault sabía mucho de adultos, de poder, de
política y de historia.
Haber
transitado la infancia nos permite hablar de ella. Por eso, la literatura para
chicos -que lo único que tiene de diferente es que hay ciertas temáticas que
pueden interesarle más a los chicos-. Repito: lo único que tiene de diferente
es que está poblada de ciertas temáticas que pueden interesarle más a los
chicos, en este momento, está siendo apropiada por los adultos. O los adultos
se están enterando que leen literatura para chicos no solo para acercar esa
literatura a los chicos, sino para disfrute propio. Porque es literatura. Por
eso hablo de literatura y no de libros. Porque ahí hay una diferencia.
Veo en
estos años que recorro el país como adultos que terminan la primaria disfrutan
de la literatura. Veo como los porteros se quedan a las charlas y luego me
cuentan qué les gustó de lo que leyeron. Veo como los chicos disfrutan de los
libros cuando hay un adulto que también disfruta y hace de puente, construye un
nido… ofrece…comparte…
Me llena
de placer cuando llego a una escuela y me dice un chico “dedicaseló a mi abuela
que le encantó” o “¿Podés poner en la dedicatoria que es para mi mamá?”.
Mientras
tanto, mucha gente trabaja y un slogan dice: Leer te cambia la vida, Leer te
hace crecer… Leer te abre la mente… no es slogan… es lo que ocurre y vuelan como
frases desesperadas de gente que disfruta, que ha experimentado y quiere llegar,
como sea, a despertar a otras que aún no saben de qué se trata.
“Los
escritores hemos idos niños seducidos por la palabra, por esa herida inaugural
de la palabra, de la que habla Gelman. Seducidos de una vez y para siempre,
como ocurren las cosas en la infancia.
Niños
seducidos, enviciados por la palabra, que fatalmente se convierten en escuchas
ávidos, en lectores adictos, en narradores”. Nos dice Graciela Cabal en su emoción
más antigua.
Pero
también creo que los escritores queremos seducir con la palabra…no para que
todos sean escritores –como dijo alguna vez Rodari-, sino para que nadie sea
esclavo.
La
palabra, el uso de la palabra, la interpretación, la lectura (y también la
lectura entrelíneas) nos permite independizarnos del discurso del otro. Y esto es tan sencillo como dos más dos.
Creo, y lo estoy investigando genuinamente,
que el mundo se divide entre personas que leen y que no leen. En todo
caso, en personas que tienen acceso al libro y las que no lo tienen y esto
genera una terrible desigualdad; lo sabemos. Pero también se da en sectores que
sí se tienen acceso al libro pero no se lee y eso también genera desigualdad.
Trabajo
para llevar lectura a lugares vulnerables pero veo, a veces, que llego a sitios
donde sí hay libros… hay bibliotecas cerradas…mejor dicho…libros cerrados. Y
eso es porque el adulto no despertó. Nuestras escuelas albergan adultos
dormidos todavía. Y es hora de vigilia, de desvelo, de revolución en la
biblioteca. De usar los libros no con fin utilitario sino de usar en el sentido
de ponérselos encima. De llevarlos a la casa, de dejar que los chicos los
lleven, que no importa si vuelven manchados o comidos por el perro, que en todo
caso los incidentes también tienen adultos detrás; importa que lean. Y tal vez,
aunque sean grandes, tendremos que empezar a contarles cómo se cuida un libro,
incluso a colegas. No hay peros… ni tiempos para perder. Es hora de hacer. De
leer.
Ya sabemos
lo que le pasó a la Bella Durmiente por dormir cien años seguidos. Aunque las
esperas valen la pena. En este caso la espera terminó.
La bella
durmiente era princesa y pasó la infancia condenada por una amenaza. Amenaza de
un adulto excluido de una fiesta. Adulto que decidió un destino y que ni
siquiera el rey que mandaba más (se supone), pudo detener ni siquiera quemando todo lo que
se le parecía a una rueca.
A esa
infancia, que es el territorio del miedo, de la aventura, pero también de las
fantasías le tenemos que dar libros. Libros que aniden, acunen y desarmen esos
miedos, que fortalezcan las raíces de la imaginación que si no se acarician en
la infancia mueren y luego tenemos a los adultos insensibles. Que no pueden
ponerse en el lugar del otro. Necesitamos recurrir a libros que conmuevan, que
nos hablen de todas las cosas y que nos recuerden las importantes. Que nos cuenten
historias cotidianas o fantásticas, de nuestro lugar o de otros lugares. En un
mundo real o de fantasía…en los confines… en las dictaduras (para que nunca
vuelvan)… en otros tiempos. Libros que reconstruyan la memoria, que nos relaten
la historia, que nos hagan viajar a
sitios de donde no deseemos regresar. Pero también que nos lleven a lugares
donde nos sea insoportable estar. Lo bello y lo terrible, parafraseando a
Nietzche, nos va a acontecer de alguna manera. Entonces ¿Por qué no encontrarlo
en la Literatura, aunque sea para chicos?
Los poetas
y los niños –dice Ivonne Bordelois- son los que más posibilidades de juego le
encuentran al lenguaje. Y tal vez de eso se trate la literatura que les llegue
a los niños. Y por eso desde la infancia escribimos para la infancia y para los
adultos que quieren estar cerca de ella.
Historias
literarias. Con un lenguaje literario. “El lenguaje que es un ser y no se agota,
que es un bien solidario y gratuito en su circulación y apropiación…” (otra vez
Bordelois)…en los libros tiene que ser literario…tenemos que familiarizarnos
con el lenguaje literario. ¿Por qué conformarnos con menos? dijo alguna vez Ana
Shúa.
Leer está
buenísimo. Ingresar a la lectura con cualquier texto está buenísimo. Cautivar
con cualquier tipo de texto está buenísimo pero es una obligación la de los
adultos sensibles mostrar la literatura. Esa literatura que violenta el
lenguaje. En términos de violencia positiva y apropiándome de la definición de
Literatura de los formalistas rusos. De romper con reglas para crear. De decir
con un decir diferente que para eso es literario.
Retomo a
Graciela Montes en este tema de la Infancia y los responsables donde ella dice
que detrás de cada hecho hay adultos responsables. Detrás del hambre, de las
guerras, de las faltas. Y aclara que “es imposible proponer el bien de esos
niños sin ocuparse también de los padres”. Al fin y al cabo la crianza -dice
Montes-, siempre ha sido “el traspaso del sentido de la vida”.
Creo cada
vez más que el mundo se divide y se dividirá en personas, sujetos o individuos
como quieran llamarlos que leen y que no leen. Voy más allá. En quienes leen
ficción y no lo hacen. Entender el concepto de ficción sirve para interpretar
la ironía por ejemplo. Para entrar en el pacto ficcional y en el registro del
género. Esto aunque parezca obvio nos ayuda a ejercer la libertad. Para dejar
que la literatura hable de todos los temas sin censuras ni siquiera por
omisión. Entender el concepto de ficción alcanza para que desde niños nos
sumerjamos en historias que hagan pie en aquello que nos moviliza, nos
conmueva, nos haga temer o nos de seguridad.
Cuanto
menos se lee más daño hace lo que se lee. Lo dijo Unamuno. Y más culpables
buscamos.
En la
película alemana de 2006 La vida de los otros que transcurre en Berlín Oriental
y habla del control que ejercía la policía secreta sobre los círculos intelectuales,
un policía cambia su mirada respecto del mundo, cuando entra en el universo del
arte que rodea a sus víctimas, pero sobre todo cuando lee lo que sus víctimas
leen. Por ejemplo, a Bertolt Brecht.
Leer hoy
más que nunca, no para que pensemos de tal o cual manera, sino para que aprendamos
a pensar. No solo para expresarnos, sino para expresarnos sin agredir. No solo
para comprender, sino para poder ponernos en el lugar del otro. No solo para
entender el mundo sino para poder vivir en él. No solo para conocer la
historia, sino para atesorar nuestras huellas. No solo para conocer nuestras
raíces, sino también para forjar nuestra identidad. Para despertar sensibilidad
y desarrollar juicio crítico.
Creo que
no solo es momento de revisar la historia sino también de revisar las lecturas.
Me pregunto
si nos es tiempo de volver a las fuentes. Hará falta tanta escenografía y tanta
pompa para que los chicos lean o solo alcanzará (me gusta esta palabra) con
buenos textos sin dejar de lado la imagen, pero eso no es mi tema.
Siempre la expectativa es que se
produzca un encuentro íntimo entre la palabra, el relato, y la emoción. Una vez
que se produce ese encuentro las ganas de leer, de compartir, de saltar de un
libro a otro vienen solas. Que la lectura por placer no descarte la lectura que
tenga compromiso. Que el placer no banalice el contenido.
Fragmento de Esclavas rebeldes, mujeres de papel (novela
inédita de Sandra Comino).
El universo para mí se divide entre las personas que leen y
las que no leen. Si alguien me preguntara por qué…no sabría responder sin
pensar. Creo que no lo sé. Es visceral, lógico e irreversible. Hay actitudes,
hay preguntas, hay comportamientos, hay pensamientos que delatan, unen o
separan a la gente que lee de la que no lee. Se puede estar con un médico sin
saber medicina. Se puede estar con un historiador sin saber historia. Se puede
estar al aldo de un astrónomo sin saber de astronomía. Pero, para alguien que
lee es imposible estar con alguien que no lee. La gente que no lee no lo sabe…
Y llamo lector a ese que lee muchos libros a la vez, al que
no puede dejar de pensar que otro libro leerá mientras está leyendo uno, al que
viaja con más de tres libros por las dudas que se le terminen antes que el viaje. El que tiene libros en la
mesa de luz y que va a cualquier lado con un libro por si acaso. El que si se
termina el mundo y le dicen que elija un libro para subirse al arca no sube. Porque para qué se va a querer
salvarse si tiene un solo libro.
Leído en Paraná, el 26 de octubre 2012, en el marco del Congreso Interprovincial de Lectura “Entre Ríos lee”.