26 de junio de 2011

La escuela le da la bienvenida a los libros


    • Qué suerte que podamos subrayar que hoy las escuelas argentinas no tienen la  vieja excusa "no tenemos libros" para no leer algo juntos cada día. Una de las principales colecciones que llegaron a las secundarias en 2008 es la de 200 títulos, seleccionada por la Directora del Plan Nacional de Lectura Margarita Eggers Lan y un equipo de la Academia Argentina de Letras liderado por Pedro Barcia. Como solemos encontrarlos en las bibliotecas casi sin abrir, reproducimos un texto que una profesora de Bragado, María Cristina Alonso, escribió para que sus colegas compartieran la alegría por la llegada de esos libros, para que conocieran su valor y comenzaran a utilizalos. A ver si funciona también en nuestra región:

      Por María Cristina Alonso (para recibir los libros que envió el Ministerio de Educación de la Nación en 2008)


      Voy a comenzar contándoles una anécdota para darle la bienvenida a estos maravillosos libros que nos ha mandado el Ministerio de Educación de la Nación. Recorriendo un pueblo abandonado en el que aún persisten unos pocos pobladores, alguien me contó que unos pocos libros le salvaron la vida. El pueblo se llama Máximo Fernández y en él persevera un puñadito de habitantes que vive alejado del mundo. En otra época, una estancia daba vida y trabajo a esos pobladores rurales. Pero la estancia quedó abandonada y los que trabajaban en ella fueron emigrando. El tren dejó de pasar. El bosque fue comiendo las casas hasta convertirlas en taperas. La vegetación que estalla en verdes intensos es el paisaje en el que Raúl vive hace quince años en una casita sin luz ni agua, con un patio picoteado por las gallinas, sobreviviendo con el escaso provecho que saca de la tierra.
      Las voces del mundo le llegan desde una radio que cuelga de un alambre en el patio y el resto es la soledad de sus días todos iguales.
      La historia de Raúl es singular. Vivió de joven en Buenos Aires, pero su deseo utópico de existir en medio de la naturaleza –un tanto robinsonianamente- lo decidió por ese alejado punto de la tierra en el que el tiempo se cuenta por los autos que pasan por el camino o los rayos del sol que se deslizan entre los árboles. Allí Raúl fundó una familia numerosa. Pero, hace unos años, su mujer y sus siete hijos lo abandonaron para irse a vivir a una ciudad cercana.
      Raúl cuenta, para quien quiera oírlo que, cuando se quedó solo, se sentó en la silla desvencijada del patio y se puso a llorar. Después pensó en morir, pegarse un tiro o tomar veneno para hormigas. En eso estaba cuando encontró en un rincón del rancho unos viejos libros algo deshojados y empezó a leer. La lectura lo salvó, los acontecimientos que ocurrían en las páginas amarillentas lo alejaron de la muerte.
      Es que, entre otras cosas, se lee para no morir. La lectura de ficción otorga un sentido a la existencia, nos ayuda a desdoblarnos en otros, a ser otros mientras recorremos las páginas de un libro. El lector se construye con la lectura a la vez que, en el acto de leer, reconstruye su propia vida.
      Emily Dickinson, una poeta del siglo XIX, sentencia en un poema. “No hay mejor fragata que un libro para llevarnos a tierras lejanas.”
      Leer es una de las aventuras más apasionantes que pueda realizar el ser humano a lo largo de su vida. Se lee para entretenerse, para aprender, para comprende los problemas complejos, para ser feliz. Pero también la lectura salva al hombre del dolor y hasta de la muerte, como en el caso de Raúl.
      En todas las épocas la lectura ha sido un acto de resistencia. La palabra escrita es también un lugar en el que el lector continúa sus combates, reorganiza su esperanza, encuentra en los mundos inventados lo que la realidad le escamotea.
      La palabra cura cualquier mal, ayuda a sobrellevar el miedo, el dolor, la incertidumbre del futuro. Se escribió literatura en los campos de concentración del nazismo, en papelitos dispersos. En las paredes descascaradas de cualquier cárcel aparece un poema, un relato de horror, uno de esperanza. En las trincheras de todas las guerras que el hombre desató para su propio envilecimiento siempre hubo un poeta, un cuentista, un novelista que inventó un mundo para sobrellevar el otro, el del espanto.
      La literatura viene, entonces, a decirnos que, en los mundos inventados recuperamos nuestra dignidad humana.
      Un lector es hijo de los libros de la infancia. Las imágenes de aquellos primeros textos leídos cuando el tiempo era largo y los veranos interminables nos siguen apareciendo en algún retazo del sueño, en las más insospechadas circunstancias de la existencia. La vida de un lector está construida sobre los textos de los que se fue dejando enamorar y a los que, como un amante infiel, fue abandonando para dejar paso a los nuevos que iban apareciendo con el discurrir del tiempo.
      Por eso yo hoy quiero invitarlos, frente a esta enorme cantidad de libros de autores diversos a que entren en el paraíso de la lectura, a que, a través de sus páginas inicien un viaje del que volverán más lúcidos, acaso más sabios.
      Hablemos de algunos de ellos eligiendo al azar, porque todos son fascinantes.
      Maus, una obra maestra de la historieta universal, escrita y dibujada por Art Spiegelman, hijo de polacos sobrevivientes del Holocausto emigrados a Estados Unidos. Es uno de los creadores de comic más originales de los últimos tiempos. En esta historieta nos cuenta la odisea vivida por sus padres durante el infierno nazi. Maus es la historia que Vladek Spielgelman le cuenta a su hijo, el dibujante Art sobre sus experiencias en los campos de concentración y también cuenta lo que hace Art con ese testimonio. También en esta historieta el autor hace un retrato de su padre en la actualidad, en el momento en que le relata sus recuerdos de la guerra. Lo curioso de esta historieta es que los personajes se representan como animales. Así, los judíos son presentados como ratones y los nazis como gatos.

      Hay libros para todos los gustos. El principito de Antoine de Saint Exupery es un libro que va cambiando a medida que crecemos, que nos va diciendo cosas distintas a medida que nos vamos haciendo grandes. Leído a los catorce cuenta una historia maravillosa pero por momentos indescifrable. Con ojos de adulto se comprende mejor que el mundo está poblado de hombres de negocio que sólo suman cifras, reyes que sólo quieren mandar no importa para qué y rosas llenas de espinas que son, en el fondo, terriblemente débiles y orgullosas.

      Aquí hay también historias de dos chicas de papel: una es Alicia, la del País de las Maravillas de Lewis Caroll, la otra es Ana Frank, la niña judía que escribió un diario para soportar el encierro. Alicia nos mete de nariz en un mundo absurdo. Allí hay gatos que desaparecen empezando por la cola y terminando por la sonrisa, como el gato de Cheshire y que habla con absurdo lógicos, un conejo apurado que mira la hora en un reloj de bolsillo, naipes que alternan con Reyes de ajedrez, duquesas que cuidan bebés con cara de cerdo. Alicia entrevé un jardín al que no puede acceder y toma un líquido misterioso que le permite empequeñecerse o agradarse según las circunstancias.

      El mundo de Ana Frank es diferente pero igualmente absurdo. Una chica de doce años se ve vertiginosamente encerrada en un ático de la casa de la calle Prinsengracht 263 de Ámsterdam para huir del horror del nazismo. Otro absurdo, pero esta vez no proviene de la imaginación de ningún Lewis Caroll que alterna sus clases de matemática con los juegos de la imaginación. Este libro, el de Ana, cuenta hechos reales y nos enfrenta, acaso por primera vez, al tema de la guerra y de la discriminación racial. El Diario de Ana Frank sigue siendo un libro de todos los tiempos, dice más de la condición humana que cualquier tratado de historia y sensibiliza más que la más encendida proclama contra el autoritarismo. Alicia cae en una madriguera e ingresa a un mundo cuyas leyes son desconocidas y debe obrar por intuición. Ana Frank cae en un escondite y pasa dos años leyendo y escribiendo sobre su manera de ver el mundo. Pero a diferencia de Alicia que descubre que toda ha sido un sueño, la chica judía despierta en Bergen Belsen, uno de los tantos campos de concentración nazis y muere de tifus sin haber cumplido los quince años.

      Y siguen los libros. Julio Verne nos lleva De la Tierra a la Luna o a dar junto con él La vuelta al mundo en ochenta días. También se dan cita en esta mesa El Eternatua de Oesterheld, historieta que hemos venido leyendo en esta escuela desde hace más de quince años y que vemos que se la difunde hoy como esta historia originalísima se lo merece. La inefable Mafalda de Qunio, la misma que yo leía en la década del 60 cuando tenía la edad de ustedes pero que sigue diciendo idénticas verdades porque hay cosas que en el mundo no han cambiado. Y los cuentos de Fontanarrosa con los que van a reír.

      Hay clásicos y contemporáneos. Libros que nos cuentan sobre la última dictadura militar, libros sobre fútbol como los cuentos de Osvaldo Soriano, libros que nos hablan de mundo futuros y estremecedores como 1984 de Orwell, Un mundo feliz de Huxley y Farenheit 451 de Bradbury.

      Escritores argentinos como Borges, Cortázar, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Angélica Gorodischer, Dolina y Walsh se codean con Homero, Lope de Vega, Henry James, Sófocles, Swift, Hammet, Hesse y Marc Twain.

      Los libros que leemos se graban en la piel, son como tatuajes invisibles que se manifiestan en nosotros cuando menos lo pensamos y, además, como dice María Elena Walsh donde no hay libros hace frío.

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