5 de noviembre de 2012

El valor simbólico del lenguaje en la Literatura para niños y jóvenes

Por Mg. María Luisa Miretti(*)

El gesto, el arrullo, el guiño, el índice, el torso firme o inclinado, las manos juntas, la mirada, la sonrisa o el ceño fruncido son opciones lingüísticas y paralingüísticas del universo humano que no siempre suelen ser bien interpretados, que requieren del contexto o de la situación comunicativa para ser aclarados, motivo por el cual exigen cada vez mayor atención tanto en el ámbito educativo como en el campo literario.

La inmersión gradual y paulatina en el baño de lenguaje es clave. Si acompañamos al bebé desde la panza, con la caricia y la palabra, más tarde hablándole mientras le cambiamos el pañal, tarareando una nana, montando un parlamento o intentando un diálogo al darle la papilla, estaremos inaugurando un pasaje hacia infinitos mundos, plagado de imágenes, voces y sensaciones que se irá transformando en un cúmulo de fantasías gracias al imperio del ‘había una vez’.

De ese modo, desde temprano, iremos acompañando el crecimiento afectivo del niño, de la niña, privilegiando la palabra, por sobre la agresión y la violencia, pero todo esto dependerá de lo que cada uno de nosotros desee sobre el niño, la niña o el joven para su formación: ¿qué deseamos?, ¿sujetos dependientes, sometidos a la voluntad del poder de turno y la manipulación externa?, ¿seres autónomos, capaces de manejarse con cierto nivel de independencia?, ¿personas con libertad de pensamiento? Esto es clave a la hora de iniciar el recorrido: por eso es importante aunque suene repetitivo preguntarnos una y otra vez ¿qué tipo de sujeto deseamos formar?, ¿dónde, cómo y en qué contexto?, porque aquí comienzan a asomarse las instituciones: hogar, escuela, sociedad y de la mano de ellas, la Literatura.

Y junto con la Literatura la Pedagogía, porque la Literatura como tal –como letra escrita- nació al amparo de la Pedagogía cuando ésta reconoció la necesidad de darle un instrumento formativo al niño, en tanto y en cuanto respondiera a sus fines, esto es, que fueran textos aleccionadores como complemento de la ideología imperante.

Tuvo que pasar mucho tiempo para que la Literatura rompiera las barreras del didactismo y destinara su espacio para su objeto de estudio: la valoración del texto literario según el receptor. Nada más. De ese modo, quedaban atrás viejas y desteñidas rencillas que mezclaban cuestionarios con tediosos análisis descriptivos y formalistas que -lejos de atraer- ahuyentaban a potenciales lectores, más ocupados en buscar sustantivos, verbos y adjetivos, en hacer análisis sintáctico, semántico y morfológico, que en leer y disfrutar cada texto.

Hoy, merced al avance de investigaciones, de capacitaciones, al Plan Nacional de Lectura y sus numerosos programas y seminarios docentes esta situación se está revirtiendo, ya que al fin se ha entendido –y así se observa en numerosas propuestas curriculares- que el campo de la Lengua y de la Literatura son parecidos, pero diferentes, pues:

-          la Lengua tiene como objeto de estudio: mejorar los lenguajes (con todo lo que ello implica) para optimizar la comunicación, mientras que
-          la Literatura tiene como objeto de estudio: mejorar la lectura (con todo lo que ello implica) para disfrute y placer.

Así las cosas, ambas están relacionadas pero no se tienen que mezclar, porque epistemológicamente son distintas. Como tampoco un texto literario debe ser despellejado con fines didactizantes, ni ser utilizado para enseñar números, ciencias sociales, biológicas, etc. y ya que vienen las fiestas patrias recordar que existe una poesía afín o un teatrino a esos efectos, generando de tal modo el escaso y falso contacto literario con el ocasional montaje que la currícula oportunista del mercado editorial o las efemérides han trazado. Los niños son pequeños pero no son tontos y a la primer propuesta literaria o al primer contacto de lectura posterior olfatean trampas pedagogizantes, dudan y se retraen, aíslan o niegan. No les seduce un mundo ajeno a sus intereses.

Volviendo a nuestra ruta inicial, decíamos que la Literatura crecía bajo la sombra de la Pedagogía, respondiendo ‘servilmente’ a sus fines. Nada podía salir de la regla, de la vara, del molde, del canon, todo debía responder al modelo preestablecido y la escuela –como institución o referente inmediato-, obedecía.

Sin embargo, a lo largo de la historia, hubo algún desobediente que supo transgredir muy hábilmente dichas órdenes: Lewis Carroll –en plena era victoriana- creó a su maravillosa Alicia y le hizo pito catalán a la norma, creando un mundo maravilloso y poético, privilegiando la fantasía, la imaginación y el disfrute placentero de los niños.

Del mismo tenor, le siguieron Edward Lear con el nonsense, Beatrix Potter –con su famoso Peter Rabbit-, Dickens y sus novelas de denuncia sobre el maltrato infantil o el falso realismo, creando ese odioso maestro que trataba a sus alumnos como si fueran números, a quienes les negaba la posibilidad de imaginar ya que debían pensar ‘realidades’. Más adelante la imaginación fue ganando la partida con otro visionario que sufrió en carne propia en los campos de concentración junto a sus congéneres –Bruno Bettelheim-, quien descubrió y difundió el valor de los clásicos infantiles, especialmente para los niños autistas.
Pero antes, mucho antes de que esto aconteciera existía una literatura oral que crecía y se fortalecía en el pueblo trasladándose en los burgos y emparentando temas comunes, de ahí que sea posible encontrar tantas cenicientas en China, Egipto, Italia, Francia, Alemania y que en el campesinado ruso cundiera el pánico ante la advertencia de la Baba Yagá o el Basilisco, en España el mal de ojo, los beneficios de la ruda o cómo curar el empacho, que se hablara de las variables de Verdezuela o Rapunzel, o en Alemania de la historia de El flautista de Hamelin –siempre de autor anónimo- que tan bien se podría relacionar con ‘la cruzada de los niños’, o Warszava –el soldado y la sirena que dieron origen a Varsovia, capital de Polonia-, como así también tantísimas leyendas orientales, o Las mil y una noches que aún siguen circulando en nuestros días con tantas adaptaciones, y podríamos seguir enumerando infinitas versiones con infinitas adaptaciones que seguimos disfrutando, ya sea en los originales o en sus múltiples adaptaciones y en distintas representaciones gráficas y visuales (cómics, TV, cine, etc.). 

De toda esta mixtura oral y escrita, los conquistadores que llegaron a nuestras tierras algo traían pero también algo encontraron. Lamentablemente, lo que había sólo pudo leerse en las piedras, en los telares, en los cacharros –a los cuales tuvieron acceso muy pocos- ya que los habitantes de estas tierras eran ágrafos, no obstante es importante recordar que de esa mezcla surgió una especial combinación que hoy nos caracteriza y representa en una particular cosmovisión plasmada en la actual literatura latinoamericana, en su maravilloso ramillete de historias, fábulas y leyendas, con sus múltiples variantes de La Llorona, el Girasol, la Yerbamate, el Caimán, el Familiar, el Pomberito, hasta las más actuales del Gauchito Gil, etc. y los matices propios de cada región.

Desde allí, y desde el valor simbólico del lenguaje en sus múltiples manifestaciones, volvemos a la literatura para niños y jóvenes, entendida como litera, esto es, como letra escrita, haciendo hincapié en la literatura de autor, en su primeros representantes, y en este caso en la vanguardia argentina: Tallón, Nalé Roxlo, Villafañe, Walsh, Bornemann –como los primeros que se animaron a romper con el didactismo-, para luego pasar a los pioneros, a los visionarios que se atrevieron a saltar el dogma, aún a riesgo de persecuciones –como ha sido con nuestra particular historia argentina- Montes, Devetach, Roldán y tantos más que los fueron acompañando y que hoy engrosan un maravilloso semillero: Cabal, Mariño, Comino, Siemens, Lardone, Andruetto, Bialet, Repún, Giardinelli, Suárez, Butti, Ramos, Vaccarini, Sorrentino, Pérez Sabbi, van Bredam, Actis, Falbo, Bustamante, Erbiti, Fleischer, Bodoc, Canela, Isol, Mitoire, Smania y no quiero seguir nombrando para no pecar de olvidos ante una enorme cantidad de nombres que por su calidad hoy enorgullecen el panorama de la Literatura para niños y jóvenes en nuestro país.

Cada uno a su manera y con su estilo particular, ha ido enriqueciendo el repertorio y abriendo el abanico de posibilidades, pero volviendo a nuestro tema convocante, si algo caracteriza a estos autores justamente, es el respeto por el lenguaje y el cuidado por cada una de sus representaciones.
No estamos pretendiendo preciosismos sino asumiendo la defensa por una herramienta que le permitirá al niño, a la niña y al joven defenderse en el presente y en el futuro.

La literatura es el mejor referente ético y estético que colabora en el desarrollo de la subjetividad. Conformado por una diversidad de lenguajes que se montan –básicamente- en palabras, éstas no deberían ser burdas ni chabacanas, sino las propias y adecuadas a la historia que se narra o se expresa o se dice, siempre desde el registro más adecuado, convirtiéndose en el mejor pasaporte de identidad.
En ocasiones hemos podido apreciar –quizás ante la preocupación por la escasez de lectores- ofrecer textos con historias montadas sobre lenguajes pueriles, groseros o lindantes al estereotipo en el afán de reclutar lectores. Se sugiere rechazar dichas actitudes que distan de ser la mejor propuesta para acercar a niños y jóvenes al maravilloso mundo de la LIJ. Las propuestas podrán o no, tener final feliz, pero si de algo se debe caracterizar es de estar construidas sobre un lenguaje vertebrador que simbólicamente el receptor jamás olvidará, porque ese texto será su mejor referente en su recorrido lector (y existencial).

Al leer o al sugerirles un texto a niños y jóvenes estamos invitándolos a encontrarse con imágenes y sensaciones que le permitirán crecer y desarrollar su mundo interior hacia horizontes infinitos, porque cada uno a su manera, estará contribuyendo en la construcción de su propia identidad. Cada historia, cada verso, cada parlamento -en todos los géneros- le permitirá comprender, reír, llorar, enojarse, jugar, sentir que no está solo, que la vida es posible, que los miedos y los conflictos existen y se resuelven, que el amor existe, porque allá o acá, un personaje sintió la misma angustia, la misma cosquilla y caminó y caminó hasta encontrar el espacio deseado donde su corazón le hizo ‘tipe tepe’ como a Ratita.

Porque Ratita(+) necesitaba crecer salió a recorrer el mundo, porque necesitaba encontrar la música que sintonizara con su corazón. Eso es lo más maravilloso de la historia. Ella misma fue capaz de admitir ‘me equivoqué’, al comprender lo difícil que le había resultado descartar aquello de lo que huía: tentaciones y falsas promesas que no la satisfacían.

Éste es el valor simbólico del lenguaje en la Literatura para niños y jóvenes. Más allá o más acá de las bellas imágenes y de las expresiones que atraviesan el texto, hay una historia, enmarcada en una estética y una propuesta ética que garantizan la mejor y más adecuada recepción lectora.

Y alterando la secuencia cronológica, junto con Ratita, podemos ver a la ranita perdida en el Paraná de María Elena Walsh, los Sueños del Sapo de Villafañe, los Odos de Montes, el Elefante que ocupa mucho espacio de Bornemann o el viejo Tatú de Roldán despidiéndose de la vida con un tratamiento muy cuidadoso de la muerte y así seguiríamos hasta el infinito con personajes emblemáticos, ya clásicos, que han sabido engrosar el canon de la Literatura para niños y jóvenes argentina, y que se continúa multiplicando en voces nuevas, siempre con enorme delicadeza por el valor simbólico del lenguaje, que no es otro que el respeto por el receptor y los valores éticos de su formación.

De ese modo, el gesto, el arrullo, el guiño, la mirada, la sonrisa -entre tantos-, serán opciones lingüísticas y paralingüísticas, que podrán atravesar infinitas dimensiones literarias y se convertirán en el mejor referente para niños y jóvenes por el valor simbólico del lenguaje.-

Prof. Mg. María Luisa Miretti
Paraná, 25 de octubre de 2012
II Congreso Provincial de Lectura
PLAN NACIONAL DE LECTURA


(*) Directora Maestría en Literatura para niños
Facultad de Humanidades y Artes
Universidad Nacional de Rosario (UNR)
(+) Historia de Ratita, de Laura Devetach

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